domingo, 15 de julio de 2012

Película Amour de Michael Haneke

JORGE ABBONDANZA

Curiosa coincidencia. El domingo 27 la película Amour de Michael Haneke obtuvo la Palma de Oro en el festival de Cannes, con su drama de la intimidad en torno a una enferma de Alzheimer, pero pocos días después se estrenó en Montevideo una película uruguaya -La demora, de Rodrigo Plá- sobre tema muy similar. Esa proximidad entre ambos trabajos no es un hecho casual, porque la vida humana sigue prolongándose mientras la medicina preventiva multiplica sus recursos para mantener a la gente a flote, de manera que ciertas degradaciones de la vejez, como el Alzheimer, son hechos más frecuentes y de duración imprevisible, modificando el cuadro (y ampliando el plazo) de ese crepúsculo vital y de los largos desvelos familiares alrededor del enfermo.

Esos cuidados son el tema de Amour, envueltos en la silenciosa corriente de emociones que acompaña el trance, tanto en la paciente que lo sufre (Emmanuelle Riva) como en su marido (Jean Louis Trintignant) y su hija (Isabelle Huppert). El estado de la madre es doblemente doloroso, porque a su quebranto se agregan otros ataques que a cierta altura la dejan casi inmóvil y luego la privan del habla, un bloqueo que determina nuevas exigencias a la devoción familiar, revelando esa alianza que se establece ante un padecimiento terrible hasta que llega el desenlace.

"Cuando tenemos cierta edad, el sufrimiento nos conmueve. Eso es todo lo que quise mostrar, en la película no hay nada más", dijo Haneke. Necesitaba actores de particular sensibilidad para poblar ese drama de encierro, filmado entre las paredes de un apartamento. Eligió a Emmanuelle Riva para el papel central, 53 años después de que la actriz apareciera en Hiroshima mon amour, donde era una revelación, y colocó a su lado a Trintignant, cuya modalidad de actuación ha adquirido con los años más fuerza expresiva y mayor transparencia, completando el trío con Huppert, esa especialista en el control emocional, a quien ya había utilizado en La profesora de piano. Las reseñas del festival elogiaron vivamente el trabajo de esa gente, pero también subrayaron el poderoso sello del realizador.

Quien haya visto ese antecedente de Haneke, y otros films suyos como Caché o La cinta blanca, conoce el manto de aparente frialdad y de misterio que el director sabe tender sobre sus historias, para invitar al espectador a sumergirse en ellas con la curiosidad que despiertan los enigmas no revelados. En este caso, ese clima sirve para ir tanteando la huella que deja el amor de los demás cuando la proximidad de la muerte lo reclama como nunca.

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