domingo, 15 de julio de 2012

La memoria perdida

En las fotografías tomadas a Auguste Deter en 1902, aparenta tener más de los cincuenta y dos años que en realidad tiene en ese momento. Su marido acaba de llevarla a la clínica psiquiátrica de Frankfurt del Meno, alegando que se siente incapaz de seguir haciéndose cargo de ella en casa.

Auguste está confundida e inquieta, la persigue la idea paranoica de que su marido mantiene una relación amorosa con una vecina y, a veces, ya no lo reconoce. En la carta que adjunta su médico de cabecera a los profesionales de la clínica refiere que Auguste padece serios problemas de memoria, así como de insomnio. A tal efecto, sugiere el diagnóstico de «parálisis cerebral».

El 26 de noviembre de 1901, un día después de la hospitalización, Alois Alzheimer sostiene una conversación con la nueva paciente. «Sentada en la cama, los ojos llenos de angustia», es la primera frase que escribe en el expediente. Le pregunta cómo se llama. «Auguste» ¿Su apellido? «Auguste», responde. ¿Como se llama su marido? «Creo que Auguste» ¿Está casada? «Con Auguste».

Cuando Alzheimer le pregunta cuánto tiempo lleva en la clínica responde: «Tres semanas». A continuación le muestra algunos objetos: un lápiz, una pluma, una llave y un puro; si bien es capaz de nombrarlos, no se acuerda de ninguno cuando Alzheimer le pregunta por ellos un poco más tarde.

A la hora de la comida –coliflor con carne de cerdo– le pregunta qué está comiendo. «Espinacas», contesta. Cuando le pide que escriba las palabras «La señora Auguste Deter», después de «señora» ya no sabe qué más se suponía que tenía que escribir.

Dos días más tarde, Alzheimer anota en su expediente que la mujer está «continuamente exasperada, angustiada» y un día después «angustiada, se resiste a todo». A las preguntas de dónde piensa que está, cuándo nació y cómo se llama, la paciente no es capaz de responder a ninguna de ellas.

Durante casi cinco años, Auguste recibirá atención  médica en la clínica. En la etapa final de su existencia, Auguste vivirá postrada en su cama, incontinente y aturdida, acurrucada en posición fetal, en un estado, según las anotaciones de Alzheimer, «de deficiencia mental absoluta».

El expediente médico de Auguste Deter fue encontrado casualmente en 1995 en el archivo de la clínica psiquiátrica de Frankfurt, donde había estado clasificado por error en un legajo correspondiente a otro año. Dos años después se encontraron, además, cinco fotografías de ella. En su rostro podía advertirse con absoluta claridad la angustia que tanto había llamado la atención de Alzheimer.

Auguste falleció en la primavera de 1906; en las diversas secciones que Alzheimer tomó de su cerebro, encontró las anomalías típicas de lo que hoy en día se conoce como enfermedad de Alzheimer.

Placas y ovillos


En abril de 1906, Alzheimer recibe un telefonema desde Frankfurt: Auguste Deter ha muerto. No sólo pide que le envíen su cerebro, sino también su expediente, de unas treinta páginas. Relee sus apuntes y reconstruye la evolución de la enfermedad que, hasta la fecha, sigue siendo típica para los pacientes aquejados de esta patología.

Antes de su internamiento, en casa, la memoria de la mujer había empezado a fallar, con frecuencia vagaba inquieta por las habitaciones escondiendo objetos que después ya no era capaz de encontrar. Mientras cocinaba, se quedaba de repente sin saber qué hacer. Tras el ingreso en la clínica, su grado de desorientación había empeorado. Pensaba que vivía en Kassel (donde nació), que Alzheimer la estaba visitan en casa («Mi esposo llegará de un momento a otro»), ya no sabía qué año era y cuánto tiempo llevaba internada.

Afirmaba tener una hija de cincuenta y dos años de edad para, minutos después, contar que ella tenía cincuenta y seis, sin percatarse de lo absurdo de su afirmación(...). Al caer la noche, el desasosiego y la ansiedad se apoderaban de ella y se ponía a vagar por las salas, envuelta en sábanas y mantas. En ocasiones, pese a la política de no encierro que se propugnaba en el centro, no había más remedio que recluirla en una celda de aislamiento (...).

Del texto de la presentación, publicada en 1907 en el «Allgemeine Zeitschrift für Psychiatrie», se desprende que en Tübingen, Alzheimer presentó en primer lugar el cuadro clínico tal como lo había descrito en el expediente de la institución en Frankfurt.

Los resultados de la autopsia revelaron sin lugar a dudas que buena parte de la corteza cerebral estaba atrofiada. Alzheimer mostró distintas secciones en diapositivas y señaló las anomalías que había localizado en el tejido nervioso: ovillos extraños y depósitos proteicos. Había dibujado también algunos de esos ovillos. Estas anomalías, dijo, no encajaban en ningún cuadro clínico conocido. Todo hacía indicar que se trataba de una enfermedad aún desconocida, aunque se mostró esperanzado en que la investigación neuropatológica en proceso ayudara a definir sus características.

En Tübingen, un público compuesto por profesionales médicos, tuvo por vez primera la oportunidad de asomarse a las malformaciones cerebrales que, denominadas entonces «ovillos» y «placas», hasta la fecha siguen estableciendo el diagnóstico de la enfermedad de Alzheimer. No obstante, este momento histórico pasó desapercibido.

Una vez que Alzheimer terminó su exposición, el presidente del encuentro cedió la palabra a los presentes, pero nadie sintió el impulso de hacer un comentario, tan sólo él mismo llevaba una pregunta preparada. Durante la tarde, los presentes –entre los que se encontraba Carl Gustav Jung– se enfrascaron en un acalorado debate sobre el valor científico del psicoanálisis.

Al día siguiente, un periódico local publicó en sus páginas un extenso artículo sobre las apasionadas disputas en torno a Freud, mientras dedicó, literalmente, un escaso renglón a «un proceso patológico grave y raro que al cabo de cuatro años y medio causó la disminución de una destacable cifra de neuronas».

FICHA

Título del libro:  «Dr. Alzheimer, supongo».
Autor: Douwe Draaisma.
Edita: Ariel.
Sinopsis: Alois Alzheimer, James Parkinson, Hans Asperger, Gilles de la Tourette... fueron eminentes científicos cuyos nombres han quedado asociados a los trastornos mentales, comportamientos que tardaron siglos en tener una explcación científica.

fuente http://www.larazon.es/noticia/2305-la-memoria-perdida

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